Una ojeada a «Crónica sentimental de España»

Durante la Transición había tres publicaciones que daban cobijo intelectual a disidentes en ciernes o curiosos compulsivos; de las tres fui lector ávido; y en las tres me encontré a Manuel Vázquez Montalbán. TriunfoLa calle y Por favor eran esas tres cabeceras. En ellas, con registros completamente distintos, Manolo me informaba y me hacía reflexionar sobre el Estado en el que vivía, el País que tenía y las posibilidades de cambio que en él se fraguaban. Por eso, cuando años más tarde descubrí convertidos en un único volumen sus, para mí desconocidos, artículos sobre la resistencia vital de una nación sometida y maltratada y que además usaba la música popular como vehículo para contarlo, me quedé estupefacto.

En mi infancia y adolescencia toda aquella música y aquellos intérpretes habían formado parte del paisaje de mi cotidianidad: en la radio y la televisión, en las portadas de las revistas de lo que ahora denominamos cotilleos y en la boca de mi madre, mis tías y de las fiestas patronales de mi pueblo. 

La música ha sido uno de los motores de mi vida desde que tuve capacidad económica propia, así qué, zambullirme en las páginas de Crónica sentimental de España me costó muy poco.

La inmersión en los paisajes de la posguerra, el concordato y el tratado bilateral acompañado por Miguel de Molina, Antonio Machín, Juanito Valderrama, Conchita Piquer o Juanita Reina como guías de aquella España bajo el yugo de la dictadura franquista, después de haber leído las historias de Carvalho o novelas como El estrangulador o Cuarteto, supuso para mí una vuelta a los orígenes, al inicio de mi formación emocional, a un espacio oculto del que renegaba porque creía que lo recibido en aquellos años estaba completamente contaminado por la tiniebla que envolvió a cuantos lo vivieron y sufrieron. Sin embargo, transitando por sus páginas, descubrí todo un mundo de transgresiones y subliminalidades en las letras de las canciones, en las formas de estar en el mundo de los intérpretes y en las formas de escuchar de la población que me hizo hurgar en aquella infancia y adolescencia que no quería recuperar.

Esa mirada hacia lo que quedaba a mi espalda a través de la nueva perspectiva que Manolo me brindaba me hizo comprender que el germen de lo que yo era (y de lo que sigo siendo en la actualidad) se forjó en el crisol de aquellas músicas, de aquellas voces que repetían sin descanso los estribillos de las canciones, de aquella tiniebla, a la que a fuerza de vueltas de tuerca vocales, escritas y vitales, todo un pueblo sometido consiguió disipar lo suficiente como para que un nuevo horizonte alcanzase las pupilas de quienes veníamos detrás y no cejásemos en el empeño de alcanzarlo. 

Doble página interior

Y aún seguimos en ello. La vislumbre de lo probable sigue azotando a quienes sufrimos y vivimos unos años a los que el agudo análisis crítico y el gran talento literario de Manolo dio perspectiva y profundidad e hizo posible nuestra reconciliación emocional con un tiempo y un país que jamás habíamos pensado en poder llegar a amar. 

¡Gracias Manolo!